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El Autódromo Hermanos Rodríguez: el recinto de la Fórmula 1 en México que creó un estudiante de ingeniería olvidado

Francisco Espinosa García
Max Verstappen, en México
Max Verstappen, en MéxicoPhoto by FLORENT GOODEN / Florent Gooden / DPPI via AFP
En la década de los 50, Oscar Fernández Gómez era un joven mexicano que quería graduarse como ingeniero. Para hacerlo, tenía que hacer una tesis. Fanático de los autos de carreras, decidió hacerla sobre un autódromo que no existía en el país sin imaginar que ese recinto se convertiría en el orgullo de una nación.

Desde 2015, la Ciudad de México se paraliza durante un fin de semana y casi todas las conversaciones de sus más de 20 millones de habitantes giran alrededor de un solo tema: la Fórmula 1 y todos los pormenores al Gran Premio que aloja la capital mexicana a finales de octubre.

Durante este fin de semana, todas las miradas de la ciudad apuntan hasta el Autódromo Hermanos Rodríguez, un circuito emblemático en el calendario de la Fórmula 1 con sus 2,200 metros de altitud sobre el nivel del mar y su afamada curva peraltada.

En ese recinto ubicado en el macrocomplejo deportivo Ciudad Deportiva Magdalena Mixiuhca, en el suroriente de la capital mexicana, más de 400,000 personas asisten durante todo el fin de semana se entregan a la pasión que les provoca el ruido feroz de los automóviles y el carisma de los pilotos.

Y todo este furor multitudinario que generas miles de millones de dólares en derrama económica es culpa de un solo hombre. 

La visión de un joven estudiante

Óscar Fernández Daza era a mitad de la década de los 50 un estudiante de ingeniería a punto de graduarse de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la casa de estudios más emblemática del país. Y para poder obtener su título que lo avalaba como un ingeniero competente que siempre había soñado ser, aquel curioso joven debía realizar una tesis.

Apasionado por la velocidad y con la envidia de otras ciudades del mundo por tener un autódromo que la Ciudad de México no podía presumir, Óscar decidió hacer volar su imaginación y comenzó a edificar el recinto que creía viable para esa urbe que ya comenzaba a agigantarse en tamaño y población. Con la disciplina aprendida en la crianza de la infancia, Óscar se tomó en serio su labor y, limitado por la falta de información sobre pistas de automovilismo en el país, decidió viajar al mítico circuito de Indianápolis para tomar todas las notas necesarias para edificar su idea.

Pero, aunque su viaje a Estados Unidos le había aportado ideas claves para su tesis, Óscar también logró comunicarse hasta Alemania para terminar de perfeccionar su sueño. En tiempos donde la distancia era un verdadero dolor de cabeza, este mexicano pudo entablar una relación con la gente encargada del AVUS, un autódromo al sudeste de Berlín. 

Con toda la información recopilada y tras largas horas sin dormir, Óscar entregó orgulloso su tesis en 1955, sin imaginar que ese documento requerido para poder graduarse le iba a cambiar la vida a millones de mexicanos, incluida la suya.  

Un sueño cumplido

La tesis de Óscar hizo ruido de inmediato en la facultad de ingeniería de la UNAM. Porque, aunque profesores y hasta sus propios compañeros sabían de la notable capacidad de ese estudiante apasionado, su trabajo resultaba imposible de calificar por una sencilla razón: no había ningún experto académico con conocimientos de pistas de carreras de automóviles. 

Tras comunicarle que no había ningún especialista o profesor para poder evaluar si podía graduarse o no, la facultad decidió pedirle ayuda a un experto gubernamental. “Invitaron a Gilberto Valenzuela, quien era el director de la Secretaría de Obras Públicas para que me evaluara”, contó scar en una entrevista con el diario Excelsior. 

Valenzuela no sólo determinaría que Óscar se graduara con honores, sino que quedó tan impresionado por el trabajo que ese joven había hecho que le propuso tomar su diseño para construir el autódromo y que su sueño se volviera realidad. Con una copia en mano de la tesis, el funcionario se acercó con el presidente Adolfo López Mateos, famoso por su apertura a recibir miles de refugiados de la guerra civil española y por su pasión por los autos de carreras.

El mandatario aprobó la edificación y el autódromo de Óscar vio la luz en 1959. Desde entonces, la veintena de grandes premios de Fórmula 1 que se han realizado en el país han sucedido en ese recinto que ya forma parte del orgullo nacional.  

Un hombre en el olvido

Sin embargo, como suele ser habitual en el país sin importar la época o del asunto que se trate, los políticos se apropiaron del intelecto de Óscar y le dieron la espalda inmediatamente y de la forma más vil y despiadada. 

Para sorpresa de nadie, ese circuito –el más veloz de toda la Fórmula 1— en el que este viernes 25 de octubre de 2024 se vio llegar al gran Sergio ‘Checo’ Pérez con una mascara de la lucha libre mexicana, en el que la escudería Alpine lució una indumentaria con rasgos del calendario azteca, al que Charles Leclerc arribó con un traje de charro mexicano, en el que Max Verstappen ha salido ganador en las últimas tres ediciones y que sirve de orgullo para todo el país, no tiene un solo rasgo ni agradecimiento a Óscar.

Y aunque no deja ser doloroso que esa obra, propiedad desde su inauguración del gobierno de la Ciudad de México sin retribución de ningún tipo para quien la edificó en su mente, a Óscar le queda el orgullo de sentirse parte de la historia del autódromo, recinto al que fue por primera vez, pagando su respectiva entrada, y no pudo contener su emoción al verlo exactamente igual como lo había diseñado.