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OPINIÓN: El Mundial femenino bate récords, pero preocupa la disparidad de público

Adam Hancock (enviado especial en Sidney)
La afluencia de público a algunos estadios neozelandeses ha sido escasa
La afluencia de público a algunos estadios neozelandeses ha sido escasaReuters
Tras la primera ronda de partidos de la Copa Mundial Femenina, se han batido récords de asistencia en los dos países anfitriones, pero lejos de las naciones más grandes, el interés ha disminuido. ¿Se iluminará el torneo a medida que los partidos adquieran más significado?

En la primera semana de esta Copa Mundial Femenina, los récords han caído como fichas de dominó.

Australia fue testigo de la mayor asistencia de público a un partido de fútbol femenino, con más de 75.000 espectadores en Sidney para el partido inaugural de las Matildas.

Algo parecido ocurrió en Nueva Zelanda, donde más de 42.000 espectadores presenciaron la victoria por 1-0 de las Football Ferns sobre Noruega en Eden Park. Esa asistencia supuso un récord para un partido de fútbol masculino o femenino en el país.

Este torneo también va camino de batir el récord de asistencia a un acontecimiento deportivo femenino.

Aunque en los grandes torneos se esperan grandes llenos para los partidos de la selección anfitriona, también ha habido una gran afluencia de público en algunos de los primeros partidos de la fase de grupos.

Más de 44.000 espectadores presenciaron el esfuerzo de Inglaterra para derrotar a Haití en Brisbane, mientras que algo más de 41.000 presenciaron la fácil victoria de Estados Unidos sobre Vietnam en Auckland.

Es un comienzo impresionante para este espectáculo de fútbol femenino de un mes de duración, y se prevén más asistencias masivas para los futuros partidos de las Matildas y las fases eliminatorias.

Pero...

Sin embargo, lejos de las grandes citas del fútbol femenino, algunos partidos han tenido dificultades para atraer a los aficionados.

Hasta la fecha, el estadio Forsyth Barr de Dunedin ha albergado dos partidos de la liguilla, y en ambas ocasiones se llenó menos de la mitad.

También se vieron filas de asientos vacíos en el estadio regional de Wellington el viernes por la noche, cuando España goleó a Costa Rica.

En los prolegómenos de este torneo, existía una gran preocupación por la venta de entradas en Nueva Zelanda.

El Presidente de la FIFA, Gianni Infantino (53), hizo un llamamiento al público para que comprara más entradas, y se informó de que algunos patrocinadores habían repartido unas 20.000.

A juzgar por las cifras de asistencia a algunos de los estadios neozelandeses, tenían razón para estar preocupados.

El fútbol sigue siendo un deporte minoritario en Nueva Zelanda, donde el rugby domina el panorama deportivo. Generar interés por un torneo de fútbol femenino siempre iba a ser un reto.

Además, Nueva Zelanda tiene menos posibilidades de sacar provecho de los turistas de la Copa Mundial en comparación con sus coanfitriones del otro lado del mar de Tasmania. Está, literalmente, en el fin del mundo. Esto supone un viaje aún más largo para los aficionados que se desplacen a Australia.

Algunas de las sedes, como Dunedin, también tienen una población reducida. Esto hace que la asistencia a los partidos sea casi inevitable.

Pero es difícil juzgar el apetito del país anfitrión por un torneo basándose únicamente en las cifras de asistencia. En cambio, es importante evaluar si la Copa Mundial ha captado la imaginación del público e incluso ha despertado el interés de los no aficionados al fútbol.

El escaparate de Sidney

Sobre esta base, al menos en Australia, este torneo ha empezado con mucha fuerza.

En Sydney, la Copa Mundial es un auténtico tema de conversación. Ya sea el tendero que dedicó cinco minutos a explicar por qué se echaría de menos a Sam Kerr (29) contra Nigeria. O la camarera que dijo que había comprado entradas para un partido basándose en la expectación que estaba despertando el torneo.

Un paseo por el centro de la ciudad también es un recordatorio constante de que hay una Copa Mundial a la vuelta de la esquina. De las farolas cuelgan coloridas pancartas que anuncian el torneo, y es casi imposible no ver a una Matilda mirándote fijamente desde un cartel publicitario.

Puede que mi experiencia en Sidney no se repita en otras partes del país, ni siquiera en Nueva Zelanda, pero a juzgar por lo que he visto en televisión y en las redes sociales, en esta parte del mundo se vive una auténtica fiebre mundialista.

Pero sigue habiendo un gran aguafiestas de la Copa Mundial. La posibilidad de ver los partidos.

En Australia, sólo se retransmiten 15 partidos en abierto, y para ver el resto hay que abonarse. Es un contraste bastante marcado con la Copa Mundial masculina de Qatar, donde todos los partidos se pudieron ver gratis para los australianos.

En Nueva Zelanda, la experiencia es algo más sencilla, con 26 partidos retransmitidos gratuitamente.

Los derechos televisivos del fútbol son, obviamente, un gran negocio, pero resulta un despilfarro no permitir al público acceder sin filtros a este torneo cuando se celebra en su propio patio trasero.

La falta de partidos en abierto también explica por qué he visto en algunos bares y pubs la retransmisión de otros deportes cuando se juegan partidos de la Copa Mundial.

Afortunadamente para los aficionados habrá más partidos en abierto en las últimas fases del torneo, lo que significa que la emoción irá en aumento antes de la final del 20 de agosto.