Los Alpes acogen el Mundial de natación en agua helada, "un deporte para locos"
El espectáculo es insólito y helador en una fría jornada de enero: siguiendo la llamada del árbitro de la prueba, un primer grupo de nadadoras en bañador y con gorro entra en la piscina de 25 metros que acaba de perder su capa de hielo. En el interior la temperatura es de 4,3 grados, lo habitual en una disciplina en la que la natación se practica a menos de cinco.
Los 1.000 metros, la categoría reina, es considerada la "prueba de todos los peligros" debido al riesgo de hipotermia, según un árbitro. La temperatura del cuerpo de los participantes puede caer a 32-33 grados.
Para evitar cualquier problema, los nadadores son vigilados por decenas de oficiales, socorristas y buceadores que les pueden obligar a salir del agua si descubren una situación de peligro.
Además cada participante está acompañado de un vigilante para seguirlo al milímetro. "El frío es muy engañoso, se quedan en un estado de euforia", describe otro responsable.
Tras la carrera los nadadores, entre aturdidos y exaltados, con la piel violeta del frío, acuden a las "salas de calentamiento", donde alternan en varias etapas la sauna y el jacuzzi.
"El trabajo de recuperación y el regreso al calor demandan mucha energía", explica el comentarista de la prueba con un micrófono.
La disciplina atrae a cuarentones y cincuentones que buscan un desafío personal. Los más jóvenes proceden de la natación clásica, como Ludivine Blanc, de 27 años, que el jueves batió un nuevo récord mundial en 50 metros espalda.
"Tengo mucho miedo del frío, es como una fobia. ¡Y lo hago!", sonríe al salir del agua.
"Sirena del hielo"
Para preparar el baño en el agua fría cada uno tiene su método. Bárbara Hernández, chilena de 37 años, se entrena "entre los glaciares del sur de Chile, en la Patagonia, también en la montaña".
"En febrero iré también a la Antártida. En Chile, y aquí también, me llaman la sirena del hielo", añade Hernández, una de las grandes de esta disciplina, capaz de atravesar el Estrecho de Magallanes, antiguo valle glaciar del sur de la Patagonia.
A falta de un paraje de ensueño, otros nadadores toman duchas frías o "baños con hielos", explica Catherine Plewinski, directora de la competición y antigua campeona de natación.
"La adaptación se hace poco a poco, como en todas las disciplinas", añade.
Otro participante, Florian Milesi, se adapta con ejercicios de respiración y estancias cortas en un congelador. "He hecho dos veces tres minutos a 0,3 grados para prepararme. Cuando entro en el agua no me parece para nada fría", explica.
"Es un deporte que atrae a todos los locos", añade.
La práctica de la natación en aguas frías existe desde hace muchos años e incluso constituye un ritual en los países ortodoxos para la Epifanía, el 19 de enero.
Convertirla en una competición fue una idea que nació hace tres lustros en la mente de un antiguo empresario sudafricano, Ram Barkai, famoso por sus aventuras en medios extremos.
Este sexagenario organiza concentraciones de natación en la Antártida y fundó en 2009 la 'International Ice Swimming Association' para mejorar la seguridad y profesionalizar la práctica.
"En estos 15 años en todas las lenguas me han dicho que estoy loco, que es peligroso y estúpido, pero siempre he creído", explica.
"La gente lo adora. Es una combinación muy interesante entre estimulación y desafío, como de fuego en el hielo. Mentalmente es muy duro, pero cuando sales caminas sobre el agua", añade.